Al decir tu verdadero nombre, el caballero te clava su fría mirada, helándote la sangre.
Sabes que algo no va bien. Pero no se mueve ni dice nada. Simplemente se queda parado, mirándote.
Ahora no estás tan segura de poder huir por el lado que el descuida. Y parece muy seguro de sí mismo. Sin embargo, se da la vuelta y se aleja del callejón.
Puedes oír, entonces, un carro alejándose, mientras dos caballeros parecen comentar algo. “No es ella”, te ha parecido distinguir.
Tardas unos segundos en reponerte del susto. Y te gustaría saber a quién se refería ese comentario. Quizás puedas leerlo en las esquelas de los próximos días. Pues, de pronto, tienes la extraña sensación de que has sobrevivido a un encuentro con el Destripador.