Y, efectivamente, es un buen cliente. De sobras sabes que no es conveniente confiar demasiado en un caballero educado. Pero no le ha temblado el pulso pagando una habitación, y pagándote por adelantado. Tenía mucho deseo de probar “eso que dicen de ti”, y estás dispuesta a ganarte ese dinero con el que no contabas.
Por precaución, has advertido con un gesto al dueño de la posada, que estará pendiente si oye algo inapropiado. Con ese hombre escuchando, te sientes más segura.
Es triste tener que actuar así. Pero en el otoño de 1888, eso te puede salvar la vida en Londres.